domingo, 4 de junio de 2017

Hacia Orense (Puenteareas & Cristiñade) Lunes 16 de Enero de 2017

Comenzamos la jornada tratando de visitar el Castillo de Sotomayor, que se encontraba cerrado (en este caso, no por reformas; sólo no era el día adecuado para visitas). Visitamos luego la ciudad (y municipio) de Puenteareas, una zona que ha aumentado su población porque jóvenes provenientes de Vigo se radican al ser su mercado inmobiliario más accesible. Disfrutamos del almuerzo en Pizza Plus, una pizza deliciosa, fina y crocante, frente a un curioso monumento de homenaje a un ciclista local, Álvaro Pino. No estuvimos suficiente tiempo allí porque nuestro destino era una aldea rural llamada Cristiñade.


No todos mis antepasados fueron pescadores; algunos de ellos, por parte de mi abuelo materno, eran labradores. Es por esta razón que llegamos a este pequeño poblado e intentamos infructuosamente localizar el lugar original en el que se encontraba su casa, que ya sabíamos había sido reemplazada por una nueva construcción; nos ayudó en la búsqueda mi prima Zaixe Slava.

Hay una casa cultural llamada Antorchas que se nota muy activa y había entablado comunicación con un vecino llamado Saturnino que se ofreció muy amablemente a ayudarme, pero no lo supe coordinar bien.


Por tal motivo mis opiniones acerca de este lugar serán superficiales y podríamos decir de algún modo, impresionistas. Visitamos el cementerio donde reconocí muchos apellidos de mi árbol genealógico; vimos por fuera la parroquia que se encontraba cerrada y caminamos por las calles del pueblo.

Creí ver dos mundos allí; una parte más tradicional, casas de piedra, viñedos, vecinos adultos mayores atendiendo sus labores. Estas pequeñas parcelas están mezcladas con otras residencias de construcción moderna, tal vez casas de fin de semana; el pasado y el presente, entremezclados. Mi búsqueda aquí era más abstracta y lejana que en relación a mis orígenes en la ría. Citando a Roberto Arlt:

“Paisaje de brujería. De magia blanca, roja y negra. Bosques de terciopelo oscuro y montañas de papel azul. Valles que son bahías de sonrosados mares de nubes. Neblinas azuladas flotando sobre los viñedos. Quebradas verdes, con oscuridades verticales que nos recuerdan a Don Xigante. Alturas rocosas con castillos de piedra disimulados por bosquecillos.

La atmósfera feérica, de madreperla, flota en torno de la vegetación quieta, estática. Se pueden contar los troncos de los árboles separados; cada colina tiene a la mitad de su pendiente, un bosque ovalado; las montañas no son muy elevadas, pero todas se desgarran en valles donde se cree poder ver legiones de espíritus, surgidos del fondo de la tierra.

El paisaje gallego es fresco, espiritual. Y hacia donde se mire, o en lo alto de una pendiente, o en el fondo agreste donde corre un riachuelo, casas de piedras. Escenografía terrestre, permanentemente adornada de sociedad humana, bajo cuyos techos de tejas de piedra, humean los troncos en la lareira, piedra del hogar en la típica cocina gallega.

Por la noche, las neblinas atlánticas flotan aquí hasta en los más calurosos meses del verano. Los puertecillos de las rías penetran hasta los valles. La superposición de bosque, piedra y agua, es quiméricamente fantástica. Las innumerables leyendas de duendes, tesoros


enterrados, xorguinas (persona ducha en sortilegios o hechicerías) y espíritus de la naturaleza, no sólo se justifican ampliamente, sino que si tales leyendas y tradiciones no existieran, su falta constituiría una grave laguna para el estudio de la psicología montañesa. El reino de lo maravilloso es complemento inevitable del paisaje gallego.”
Llegamos a la noche a Orense y visitamos la Catedral de Orense casi a oscuras con el rezado de rosarios como música de fondo. Si pueden visitar alguna catedral de noche y con poca iluminación, no lo duden.

Otra visita peculiar para realizar de noche fue la que hicimos a Las Burgas; el recuerdo del vapor de las aguas termales emergiendo es memorable.


(TODAS LAS FOTOS HAN SIDO TOMADAS DE MI CUENTA DE INSTAGRAM @elviajeroinvernal) 

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